COMENZAR…

Cuando mi yo de doce años, que se debatía entre un listón azul y uno blanco, tardó más de una hora en la elección, supo que las decisiones de la vida no le serían fáciles.

Los conflictos cotidianos para mí nunca fueron banalidades, incluso el color de un simple mechón de tela podía causarme numerosos conflictos; como si cada que tuviera que elegir un camino, por más corto que este fuera, se abriera un mar de posibilidades. Lo que para otras personas significaba emoción y curiosidad, para mí era un nudo en las viseras que representaba una angustia infinita.

Caía al agua cada que tenía que comenzar algo nuevo, no eran pasos para avanzar, eran manotadas en el aire para no ahogarme. (¿Quién te enseña a nadar? ¿Quién o que te ayuda a no ahogarte? ¿Cómo logras flotar?)

Comencé a forjarme mi propio «salvavidas» y pronto me di cuenta de que, sin querer, había empezado algo, había construido algo… había decidido algo. Me percate hasta ese momento de que desde mi primera bocana de aire en esta tierra, todo era un cumulo de elecciones, elecciones de las cuales no tenía veredicto de efectividad que había dejado pasar todas aquellas situaciones que no me parecían «banalidades» y que me había arrojado a la incertidumbre; y yo no lo sabía.

Sí, a los doce años supe que no sería fácil, pero doce años después pude adentrarme en el mar y comenzar…

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